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Una visión sobre la quita
de retenciones a la importación de maquinaria agrícola usada
Por Hernán Pueyo
clarin.com
Pasados ya algunos días desde la aparición del decreto 273/25, sobre
importación de bienes de capital usados, que despertó distintas opiniones desde el
sector agropecuario, según de qué lado del mostrador se esté, me pareció oportuno
compartir mis apreciaciones, que garantizo están desprovistas de intereses particulares.
Mi mirada es la de un extensionista que transitó a lo largo de su vida profesional la
formidable transformación del campo argentino, y que las circunstancias hicieron que
conociera a los actores fundamentales de esas transformaciones.
En primer lugar, debo admitir que medidas de esta naturaleza son absolutamente coherentes
con la política económica declamada por el Gobierno. De eso no caben dudas. De lo que si
podemos dudar, son de los efectos que ella pueda tener, tanto favorables como
desfavorables, para el sector.
Algunos aplauden, imaginando la gran posibilidad que se les abre de incorporar equipos a
valores significativamente menores. El ministro cita un caso (cosechadora de US$ 300.000
en el mercado local, que cuestan US$ 100.000 en el país de origen). Si bien algunos
refutaron esta cuenta, ya que cuando se incluye flete, impuestos, etc, esta diferencia no
sería tan significativa, no lo tendré en cuenta a los fines de estas consideraciones.
Un punto que no puede ignorarse es que cualquier herramienta que se importe, requiere de
servicios post venta. Si un productor lo hace por sus propios medios- o a través de un
bróker- deberá poner en la balanza este tema que no es menor. Más en estos momentos, en
que los equipos disponen de tecnología que requieren de especialistas ante problemas que
se presenten. Suponiendo que ese problema se resuelva, porque quien importe sea la
distribuidora o concesionaria local de esa fábrica, lo cual sería factible, ellas
tendrían un dilema. En este caso, deberá explicarles a sus clientes actuales, que todas
aquellas máquinas que actualmente poseen, disminuirán en la misma proporción su valor
de venta. En la práctica significa una descapitalización.
Si bien es cierto que el parque de maquinarias en Argentina tiene una antigüedad mayor a
la óptima, es poco probable que sean los poseedores de máquinas largamente amortizadas,
los que salgan a importar una más nueva. Y los que están en la avanzada tecnológica,
que sí tienen las condiciones para hacerlo, preferirán lo más nuevo. Por algo son la
avanzada.
Me ubico ahora en el lugar de los fabricantes locales, que en principio serían los más
preocupados por esta medida. Que con razón aducen que sus precios están altamente
influidos por la carga impositiva, lo que no puede discutirse. Aquí es donde desde el
sector productor ve con satisfacción este decreto, ya que opinan que muchas veces
existieron abusos de los fabricantes, que en los precios de venta intentaban cubrirse ante
los vaivenes de nuestra economía poniendo valores que consideraban exagerados. Puede que
sea cierto, pero lo mismo nos sucedió a todos los consumidores del rubro que sea. De
allí que la estabilidad económica sea algo que debamos valorar en toda su dimensión.
A mi entender, la preocupación no debería ser tanta. La industria nacional en diferentes
equipos es de avanzada, y por cierta valorada en muchos países del mundo. Por lo cual no
tendría mucho sentido importar usadas, y más si no cuenta localmente con servicios de
post venta. Es un riesgo demasiado alto que no valdría la pena correr.
Pero imaginemos el caso extremo, improbable, de un gran ingreso de equipos usados
destinados al campo. ¿En qué cambiaría la situación del sector?
La incidencia que sobre los resultados de una cosecha tendría esa reducción del valor de
la maquinaria utilizada sería insignificante. Y el país no lograría crecer en la
producción de granos como consecuencia de la incorporación de toda esa maquinaria.
Aquellos que adquirieron equipos supondrán que hicieron un buen negocio. Si compraron,
digamos, un tractor, a mitad de precio de lo que valía en el mercado interno, pareciera
serlo. Pero también deberá pensar que, paralelamente, todo su capital en maquinaria como
valor de reventa se reduciría a la mitad.
A su vez, el país no generaría más divisas gracias a esta medida (como país,
deberíamos mirarlo desde ese punto de vista). Por el contrario, puede que afecte, y
mucho, a las numerosas fábricas ubicadas en el interior del país. Eso dicen los
industriales y tienen razón.
Esta puja entre productor e industria sobre la medida, según desde dónde se vea,
entiendo que finalmente no conduce a ninguna mejora para la economía del país.
Y, para concluir, diré algo que no es ninguna novedad: si queremos realmente crecer en la
producción de granos, eso será cuando se eliminen las retenciones. No basta declamarlo,
hay que hacerlo. Y cuanto antes mejor. El sector ya lo ha demostrado de un modo
indiscutible cuando ello sucedió, y agradezco haber sido testigo y, de alguna manera,
protagonista de que eso sucediera.
No perdamos tiempo con estas pequeñeces que no son para un país que desea ser grande.
Sigamos apostando a los grandes avances tecnológicos que el mundo nos ofrece, y que
nosotros también ofrecemos al mundo de la maquinaria agrícola.
* El autor es ingeniero agrónomo



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